Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, octubre del 2006.
A muchos extranjeros que visitan el Perú no les choca la pobreza, que de alguna manera esperan encontrar, sino la indiferencia que ésta parece generar en los peruanos más afortunados. Es posible que en otras épocas se atribuyera la pobreza a "castigo" o "voluntad" de Dios. Sin embargo, existen otras creencias o mitos modernos sobre la pobreza que terminan ayudando a mantenerla.
El primer mito es que la pobreza se debe a que lamentablemente el Perú es un país pobre. En realidad, muchos estudios nacionales e internacionales han confirmado que vivimos en un país de renta media, pero la riqueza no está distribuida de manera equitativa. Buena parte de la actividad económica no genera tributos adecuados, a veces por una legislación favorable, como convenios de estabilidad o exoneraciones tributarias, pero también debido a la informalidad: un propietario de 100 taxis obtendrá, por el alquiler, más de 5.000 soles diarios, y no pagará un sol en impuestos. La evasión tributaria, además, no sólo está vinculada a actividades informales: a pesar de la prosperidad de Máncora, las boletas o facturas son casi desconocidas y la SUNAT brilla por su ausencia.
Sin embargo, sería otro mito reducir la pobreza en el Perú a un problema de recaudación: en realidad, el Estado no emplea sus recursos para priorizar las necesidades fundamentales de los más pobres, asegurando, por ejemplo, que la atención en salud o los documentos de identidad sean gratuitos. El canon minero o petrolero podrían servir para que Cajamarca o Loreto, respectivamente, solucionaran los problemas de analfabetismo o desnutrición de sus habitantes, pero está prohibido destinar el dinero para ello, debiendo realizarse solamente gastos de infraestructura.
Un tercer mito se refiere a que los culpables de la pobreza son los propios pobres, señalando que se trata de personas ociosas y conformistas, y que quien persevera puede triunfar. Cualquiera que se acerque al mundo de los pobres advertirá los factores que bloquean sus posibilidades: la geografía, el idioma, la indocumentación, el racismo, el machismo y muchas más. Además, el mecanismo que durante décadas permitió enfrentar estas barreras, la educación pública, se ha deteriorado mucho en los últimos años. Estos problemas estructurales no son culpa de los pobres y es mas bien responsabilidad del Estado afrontarlos.
Por ello mismo, resulta tan absurdo el cuarto mito: que para combatir la pobreza, un gobierno deberá limitarse a estimular la inversión privada. Los problemas estructurales no los van a solucionar los empresarios, y tampoco es su función, sino del Estado. Además, desde las agroexportadoras de Trujillo hasta los emporios textiles de Gamarra, cuando la inversión privada implica explotar a las personas más vulnerables, no sólo no produce prosperidad, sino mayor desigualdad, más frustración y violencia. Es por ello fundamental un Estado que garantice el pleno cumplimiento de los derechos laborales en la actividad privada, incluyendo a las trabajadoras del hogar.
Queda el quinto mito sobre la pobreza, que para mí es el peor de todos y el más generalizado. Sirva como ejemplo mi experiencia en un colectivo de Huancavelica a Huancayo donde yo viajaba al lado de una señora y su hijo. Al costado de la carretera, ya de noche, pasaba una familia de campesinos cargando pesados bultos. El niño dijo: "¡Pobrecitos!" y la mamá le respondió: "Ellos no sufren, están acostumbrados."
Esa percepción está muy extendida: que el pobre está acostumbrado al sufrimiento: puede sufrir por un huayco, una inundación o un incendio pavoroso como el de Mesa Redonda, sus hijos pueden morir de frío o de una enfermedad curable... y ellos no sufrirían tanto como otras personas, porque no tienen la misma sensibilidad. Un ejemplo más cercano de esta mentalidad es el trato desconsiderado que muchas familias dan a las trabajadoras del hogar considerándolas seres que pueden trabajar sin horario, sometidas a múltiples privaciones.
En realidad, este mito sirve para tranquilizar a quienes verdaderamente se han acostumbrado a la pobreza (los que no son pobres), permitiéndoles continuar su vida sin sentirse interpelados. En algunos casos, inclusive, se intenta crear una visión romántica e idílica respecto a la lacerante pobreza rural, percibiéndola como una vida sencilla y feliz, alejada de las preocupaciones materiales, como aparece en la publicidad de Claro y Altomayo.
Estos mitos se repiten en casas, colegios o universidades y llegan a estar presentes inclusive en aquellos espacios donde se toman decisiones fundamentales, como sucedió durante el gobierno de Alejandro Toledo, que hizo muy poco por los millones de pobres que votaron por él.
Revertir estos mitos ayudaría a que los peruanos más afortunados tomaran conciencia de que la pobreza puede ser combatida eficazmente. Quienes tienen más poder, más dinero, más educación (y algunos todo eso junto), deberían sentir mayor responsabilidad.
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