lunes, 22 de octubre de 2007

Las Falacias en torno a los Problemas Sociales

Julio E. Díaz Palacios
Red Perú de Iniciativas de Concertación



Bernardo Kliksberg, consultor internacional y hoy asesor del segundo Gobierno Nacional del Dr. Alan García Pérez, hace seis años escribió un famoso artículo evidenciando las falacias sistemáticas que existían en América Latina en torno a los problemas sociales [1]. Falacias según la Real Academia Española significa: mentiras que se dicen para falsear la realidad o dañar a alguien. En el fondo estas falacias difundidas intensamente por sectores empresariales beneficiarios del neoliberalismo, sus ideólogos ortodoxos y sus voceros en diversos campos, siguen vigentes aun en muchos sectores políticos y sociales de la región y de nuestro país, motivo por el que vale la pena recordarlos en una breve síntesis.

1. Las diez falacias según Kliksberg

Primera: La negación o minimización de la pobreza . A pesar de la evidente magnitud y crecimiento de la pobreza las dos últimas décadas en América Latina, los beneficiarios del modelo neoliberal trataban de quitarle la importancia que tiene por su gravedad. Para eso utilizaban dos canales. Uno, la relativización de la situación: "pobres hay en todo lados" afirmaban; otros utilizaban el camino negador: "pobres hubo siempre". Las consecuencias prácticas de ambas en las políticas públicas eran claras: Si hay pobres en todos lados y si siempre ha habido pobres no se justifica priorizar el problema, par qué tanto reclamo. Estos errores además de conducir a la ineficiencia entrañaban y siguen entrañando un serio problema ético.

Segunda: La paciencia. Otros planteaban que ante la pobreza era necesario tener una cierta "paciencia histórica", pues luego de los "ajustes de cinturones" (las reformas estructurales), vendrá una etapa de reactivación económica que luego "derramará" sus beneficios a los desfavorecidos y los sacará de la pobreza. Por lo tanto, se decía, lo social debe esperar, pues se necesita entender el proceso, hay que guardar paciencia mientras se suceden las etapas. El mensaje era claro: "La pobreza puede esperar" . De esta manera, se ocultaba el hecho que el daño que puede provocar esa espera es simplemente irreversible y que no tendrán arreglos posibles, por ejemplo los impactos por la desnutrición crónica en los niños o en los excluidos de los servicios básicos de agua potable y alcantarillado. Lo correcto era, incluso desde el sentido común, que frente a la pobreza debía aplicarse más bien una "ética de la urgencia" , pero de ninguna manera señalar "no se desesperen, tengamos paciencia", pues esta significa decenas de miles de vidas que se pierden definitivamente.

Tercera: Con el crecimiento económico basta. Se proponía que todos los esfuerzos deberían orientarse al crecimiento, a aumentar el producto bruto, a priorizar siempre las exigencias de los inversionistas, que esto era lo verdaderamente importante, que lo demás era secundario. Si se crece sostenidamente, la pobreza comenzará a resolverse, pues comenzará a fluir hacia abajo, se indicaba. Se confundía así el crecimiento que es un medio con el fin mismo. El crecimiento era y es necesario, pero el no puede resolver todos los problemas del desarrollo como está demostrado. No basta para el desarrollo humano. Se requiere "no solo más sino un mejor crecimiento, es decir cuales son sus vías, sus prioridades, quienes se benefician, que políticas se aplican con relación a la educación, salud, agua potable". Es cada vez más evidente que crecimiento sin redistribución no es sinónimo de desarrollo.

Cuarta: La desigualdad es un hecho de la naturaleza y no obstaculiza el desarrollo. El pensamiento económico convencional ha tendido a evadir una discusión frontal sobre la desigualdad y sus efectos sobre la economía. Recordemos que América Latina es considerada la región más desigual del planeta y esta desigualdad tiende a acentuarse. Se ha argumentado que la desigualdad es simplemente una etapa inevitable de la marcha hacia el desarrollo, es decir, algo natural. Incluso, algunos extremistas señalaban que "la acumulación de recursos en pocas manos favorecerá el desarrollo al crear mayores capacidades de inversión". La evidencia indica que la desigualdad es un obstáculo para el desarrollo, pues no solo excluye del mercado a millones de ciudadanos, sino sobre todo genera escenarios de conflictos que rápidamente pueden evolucionar a situaciones de ingobernabilidad. La desigualdad no se modera o limita sola. La desigualdad tampoco es un hecho natural. La desigualdad debe ser enfrentada directamente.

Quinta: La desvalorización de la política social. Frente a la necesidad de priorizar las políticas sociales para enfrentar la pobreza, los voceros del modelo económico señalaban que "la única política social es la política económica" . Por eso la preeminencia de los ministros o asesores económicos. En consecuencia, se ha tendido a dar a las políticas sociales una importancia menor que otras políticas como las de privatización, crecimiento económico, equilibrios monetarios, desarrollo productivo. Las políticas sociales han sido siempre relegadas a un segundo plano. Para estos ortodoxos la política social es "una concesión política orientada a calmar los ánimos de los pobres". Es decir, la vieja practica de "dar algo, para que no cambie nada". La política social, a diferencia de los neoliberales, es sumamente importante. No debe centrarse en cuestiones marginales, sino debe ser considerada como la llave para la acción contra la desigualdad de carácter estructural y para enfrentar de verdad la pobreza y las inmensas privaciones que significa.

Sexta: La maniqueización del Estado. Los convencionales han hecho un gran esfuerzo para desprestigiar y deslegitimar la acción del Estado. Hay que reconocerles que han sido exitosos en aplicar el maniqueísmo o "tendencia a interpretar la realidad en base a una valoración interesadamente equivocada". En todo caso, el único Estado bueno para ellos es aquel que sirve a los intereses del crecimiento económico, que bien sabemos que en realidades nuestras beneficia a pocos y no a la gran mayoría. Frente a la idea errónea de un Estado omnipresente e ineficiente, se postuló un Estado mínimo. Se ha asociado la idea de Estado con corrupción, con ineficiencia, con grandes burocracias que no aportan nada, con despilfarro de recursos. Evidentemente se aprovecharon de los defectos existentes en el funcionamiento de las entidades públicas. Pero se llegó al extremo de afirmar y promover "que toda acción llevada en el terreno público sería negativa para la sociedad, mientras que el mercado nos llevaría al reino de la eficiencia y a la solución de los principales problemas económico-sociales" . Además difundieron la concepción de que existe una oposición de fondo, frontal, entre Estado y sociedad civil. La maniqueización del Estado tiene una consecuencia concreta, al deslegitimarla deja abierto el camino para su debilitamiento y la desaparición paulatina de las políticas públicas en campos cruciales como los sociales.

Séptima: La incredulidad y desconfianza sobre el aporte de la sociedad civil. Estos ortodoxos sembraron también dudas sobre las posibilidades de aporte de la sociedad civil en los procesos de desarrollo y en la solución especifica de los problemas sociales. Priorizan el mercado, la fuerza de los incentivos económicos, la gerencia de negocios, la maximización de las utilidades como motor del desarrollo, saludan las señales que pueden ser buenas para el mercado. Los aportes de la sociedad civil son considerados como secundarios, casi marginales. Este enfoque es el que condiciona que el apoyo a las organizaciones de la sociedad civil sea casi simbólico, muy pobre; y, de otro lado, se acentúa también la desconfianza en sus capacidades de acción. Desconocen deliberadamente la fuerte participación de las OSC en el desarrollo social en el mundo actual, por ejemplo, produciendo capital social.

Octava: La participación; si, pero no. La participación cada vez más activa en la gestión de los asuntos públicos surge como una exigencia concreta de las mayorías. Los avances de la democratización crean condiciones de libre organización y expresión y de involucramiento en procesos democráticos, lejos del verticalismo y autoritarismo, altamente ineficientes. Un campo donde se da esto es el de los programas sociales, particularmente en la lucha contra la pobreza. No obstante los aportes de la participación ciudadana, se levantan los perjuicios y las resistencias profundas a que las comunidades participen. Por supuesto a la hora del discurso político, se reconoce lo valioso de la participación, pero en el momento de las decisiones, se crean obstáculos o se ubica la participación en aspectos marginales, no decisorios. Una vez más está presente el clásico "divorcio entre el discurso y la realidad", pero la participación viene consagrándose definitivamente como un componente imprescindible en la gestión pública moderna.

Novena: La elusión ética.- Los ortodoxos y el grueso de empresarios escabullen normalmente la discusión sobre las implicancias éticas de los diferentes cursos de acción posibles. Lo que se privilegia siempre es el costo / beneficio económico, se desprecia prácticamente la situación de la vida de la gente. Se prioriza la discusión sobre los medios y no los fines, se opta por el "camino del pragmatismo", para evitarse problemas con los grupos de poder. Por ejemplo, ¿quién gana y quien pierde con la falta de voluntad para hacer la reformas fiscales?. La respuesta es obvia. Hay resistencia a identificar las consecuencias de las políticas, sean estas económicas, sociales, ambientales, económicas. Es indispensable reestructurar el sistema de valores en que la civilización descansa. Sin embargo los ricos y sus voceros se niegan a reflexionar en torno al criterio y exigencia formulado por muchos autores en el sentido de "que no es posible que los estratos prósperos de las sociedades ricas se libren de la carga de conciencia que significa la convivencia con realidades masivas de abyecta pobreza y sufrimiento en el mundo, y que deben encarar de frente su situación moral".

Décima: No hay otra alternativa.- Pero los ortodoxos no queden en lo ya señalado. Alegan también que las medidas económicas que ellos proponen son las únicas posibles y que no existen otras alternativas. Por tanto, los graves problemas sociales que crean son inevitables, no hay nada que hacer. Esta es una expresión de fundamentalismo. No reconocen la larga experiencia del siglo XX, plena en fracasos históricos de modelos de pensamiento que se auto representaban como el "pensamiento único". El desarrollo es tan heterogéneo y demasiado complejo como para aceptar que solo puede existir una sola vía. El clamor por cambios en las regiones que están pagando las consecuencias del modelo único empobrecedor y excluyente es grande, pero se insiste: No hay otras alternativas. Se prefiere no prestar oídos a cosas muy delicadas.

Kliksberg culminaba su artículo señalando que las sociedades latinoamericanas no pueden ser indiferentes frente a los infinitos dramas que surgen de la problemática social de la región y que deben ser muy autocríticas con la racionalización de la situación los autoengaños tranquilizadores. Y nos recordaba también la voz del gran escritor Carlos Fuentes quien en 1995 afirmó categóricamente: "Algo se ha agotado en América Latina, los pretextos para justificar la pobreza".

2. ¿Siguen vigentes estas falacias?

Las falacias señaladas de extensa circulación hace más de una década siguen vigentes en el pensamiento y prácticas de no pocos personajes y organizaciones de nuestra región. Ellas, sin duda, constituyen una visión distorsionada de los problemas sociales de la región y de sus causas, y lleva a graves errores en las políticas públicas. No ayudan a superar la pobreza ni la desigualdad, más bien las refuerzan estructuralmente.

¿Estas falacias tienen alguna presencia e impacto en el Perú de hoy, años 2006?. Lamentablemente sí y en muchos aspectos. Por ejemplo, la falta de propuestas claras que ataquen las causas de fondo de la pobreza y exclusión en el país y la ausencia de una verdadera reforma de las políticas sociales para superar su fragmentación, su ineficiencia, la subcobertura, el asistencialísmo; el cuestionamiento de las OSC particularmente las ONGS que trabajan temas relacionados con la protección de los derechos humanos y la transparencia en la administración de justicia por altos voceros del gobierno. Al respecto resulta muy claro lo que el mismo autor nos dice:

"El Perú tiene el 48% de la población total y el 66% de la población indígena, por debajo de la línea de pobreza. Esto significa que uno de cada dos peruanos tiene dificultades para sobrevivir Y aquí como en toda América Latina la pobreza mata. La tasa de mortalidad materna del Perú es el doble que la del promedio de la región, que a su vez es ocho veces la tasa de mortalidad materna de Canadá. La pobreza tiene rostro de mujer, de niño, de indígena. Yo no conozco ninguna prioridad más grande que combatir la pobreza. La reforma fiscal es fundamental, pues a veces se exige que los pobres paguen igual que los no pobres. Si se busca una economía con rostro humano es necesario una reforma fiscal, no hacerla o evitarla es antiético" [2].


Lima, 9 de octubre del 2006

[1] Bernardo Kliksberg. " Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina". Washington, 2000.
[2] Bernardo Kliksberg. "No es ético evitar reforma fiscal". Entrevista. La República. Página 8, Política, Domingo 1/10/2006

Cinco mitos sobre la pobreza en el Perú

Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, octubre del 2006.

A muchos extranjeros que visitan el Perú no les choca la pobreza, que de alguna manera esperan encontrar, sino la indiferencia que ésta parece generar en los peruanos más afortunados. Es posible que en otras épocas se atribuyera la pobreza a "castigo" o "voluntad" de Dios. Sin embargo, existen otras creencias o mitos modernos sobre la pobreza que terminan ayudando a mantenerla.

El primer mito es que la pobreza se debe a que lamentablemente el Perú es un país pobre. En realidad, muchos estudios nacionales e internacionales han confirmado que vivimos en un país de renta media, pero la riqueza no está distribuida de manera equitativa. Buena parte de la actividad económica no genera tributos adecuados, a veces por una legislación favorable, como convenios de estabilidad o exoneraciones tributarias, pero también debido a la informalidad: un propietario de 100 taxis obtendrá, por el alquiler, más de 5.000 soles diarios, y no pagará un sol en impuestos. La evasión tributaria, además, no sólo está vinculada a actividades informales: a pesar de la prosperidad de Máncora, las boletas o facturas son casi desconocidas y la SUNAT brilla por su ausencia.

Sin embargo, sería otro mito reducir la pobreza en el Perú a un problema de recaudación: en realidad, el Estado no emplea sus recursos para priorizar las necesidades fundamentales de los más pobres, asegurando, por ejemplo, que la atención en salud o los documentos de identidad sean gratuitos. El canon minero o petrolero podrían servir para que Cajamarca o Loreto, respectivamente, solucionaran los problemas de analfabetismo o desnutrición de sus habitantes, pero está prohibido destinar el dinero para ello, debiendo realizarse solamente gastos de infraestructura.

Un tercer mito se refiere a que los culpables de la pobreza son los propios pobres, señalando que se trata de personas ociosas y conformistas, y que quien persevera puede triunfar. Cualquiera que se acerque al mundo de los pobres advertirá los factores que bloquean sus posibilidades: la geografía, el idioma, la indocumentación, el racismo, el machismo y muchas más. Además, el mecanismo que durante décadas permitió enfrentar estas barreras, la educación pública, se ha deteriorado mucho en los últimos años. Estos problemas estructurales no son culpa de los pobres y es mas bien responsabilidad del Estado afrontarlos.

Por ello mismo, resulta tan absurdo el cuarto mito: que para combatir la pobreza, un gobierno deberá limitarse a estimular la inversión privada. Los problemas estructurales no los van a solucionar los empresarios, y tampoco es su función, sino del Estado. Además, desde las agroexportadoras de Trujillo hasta los emporios textiles de Gamarra, cuando la inversión privada implica explotar a las personas más vulnerables, no sólo no produce prosperidad, sino mayor desigualdad, más frustración y violencia. Es por ello fundamental un Estado que garantice el pleno cumplimiento de los derechos laborales en la actividad privada, incluyendo a las trabajadoras del hogar.

Queda el quinto mito sobre la pobreza, que para mí es el peor de todos y el más generalizado. Sirva como ejemplo mi experiencia en un colectivo de Huancavelica a Huancayo donde yo viajaba al lado de una señora y su hijo. Al costado de la carretera, ya de noche, pasaba una familia de campesinos cargando pesados bultos. El niño dijo: "¡Pobrecitos!" y la mamá le respondió: "Ellos no sufren, están acostumbrados."

Esa percepción está muy extendida: que el pobre está acostumbrado al sufrimiento: puede sufrir por un huayco, una inundación o un incendio pavoroso como el de Mesa Redonda, sus hijos pueden morir de frío o de una enfermedad curable... y ellos no sufrirían tanto como otras personas, porque no tienen la misma sensibilidad. Un ejemplo más cercano de esta mentalidad es el trato desconsiderado que muchas familias dan a las trabajadoras del hogar considerándolas seres que pueden trabajar sin horario, sometidas a múltiples privaciones.

En realidad, este mito sirve para tranquilizar a quienes verdaderamente se han acostumbrado a la pobreza (los que no son pobres), permitiéndoles continuar su vida sin sentirse interpelados. En algunos casos, inclusive, se intenta crear una visión romántica e idílica respecto a la lacerante pobreza rural, percibiéndola como una vida sencilla y feliz, alejada de las preocupaciones materiales, como aparece en la publicidad de Claro y Altomayo.

Estos mitos se repiten en casas, colegios o universidades y llegan a estar presentes inclusive en aquellos espacios donde se toman decisiones fundamentales, como sucedió durante el gobierno de Alejandro Toledo, que hizo muy poco por los millones de pobres que votaron por él.

Revertir estos mitos ayudaría a que los peruanos más afortunados tomaran conciencia de que la pobreza puede ser combatida eficazmente. Quienes tienen más poder, más dinero, más educación (y algunos todo eso junto), deberían sentir mayor responsabilidad.